Entramando experiencias: LA ZONA OSCURA DEL PATIO

  Hace unos meses asistí como ponente a unas Jornadas sobre Autismo, allí expuse de manera resumida la filosofía y objetivos del programa Patios y Parques Dinámicos. Expuse que los principios que suman inclusión son Presencia, Participación y Aprendizaje Significativo. Y que este último se traducía en juego y emoción por jugar en tiempo de recreo. En los recreos de los centro educativos el alumnado esta presente pero una parte de ese alumnado no participa ni disfruta de su recreo. Esa parte de alumnado está en la zona oscura. Salir de ella requiere de apoyo y acompañamiento, de unas estrategias y de metodología especifica como es la de Patios y Parques Dinámicos.

  Días después recibí un mensaje. Una persona que había asistido a las jornadas me animaba a seguir dando luz a las zonas oscuras del patio. Su vivencia en la zona oscura, cuando era niño, le había marcado. Le propuse inaugurar esta sección del blog con su experiencia y asi comenzó todo. Os dejo con G.J.:


PARTE I

 

Es curioso. De repente alguien te propone escribir algo sobre una de las etapas más duras de tu vida y ni siquiera puedes ponerle fecha al inicio de la misma. Sólo soy capaz de recordar que de repente un día empiezas a darte cuenta de que estás fuera del grupo. Nadie te invita a jugar en común, a charlar o simplemente a dar una vuelta por el patio. Te has convertido en “diferente”, alguien a quien los demás no aceptan por no tener los mismos gustos o por no actuar de una manera convencional. Y esto, siendo algo duro de asumir para alguien con siete u ocho años que lo único que quiere es relacionarse y tener amigos, no es lo peor que puede suceder en un patio. Estás simplemente ignorado, en la zona gris. Puedes ver como los demás disfrutan de sus juegos y conversaciones y tú permaneces como un espectador no bienvenido a participar.

 

Lo peor viene cuando tienes que recurrir a la zona oscura. De repente a alguien le puede parecer gracioso burlarse de ti e incluso agredirte. Es un escalón más. Puedes soportar aunque no lo entiendas, el sentirte ignorado y apartado pero nunca entiendes que alguien pueda agredirte por el hecho de que eres diferente. Tu vida en el patio, se ha acabado. Cuando sales al recreo, buscas un rincón donde nadie te pueda localizar, tu refugio, un sitio donde poder comer el almuerzo de manera tranquila mientras observas a los demás desde tu punto de seguridad. Sales el primero al patio para que te de tiempo a llegar al refugio sin que nadie te localice, llegas el último a clase después de sonar la campana. Sabes que es la oportunidad de que nadie te importune ni te agreda, aunque te cueste una regañina por parte del profesor. Algún día, porque te han buscado o por casualidad, descubren cual es tu refugio y sabes que te toca buscar otro para el día siguiente. Puedes soportar la ignorancia, el estar apartado pero, no entiendes el acoso porque nunca has importunado a nadie y lo único que deseas es estar tranquilo aunque tengas que estar sólo. A veces observas que al profesor se le ha olvidado cerrar la puerta de la clase y vuelves a la misma para permanecer en ella durante todo el recreo. Sabías que era el único sitio donde nadie miraría durante el recreo, al fin y al cabo todos están deseando salir de clase y no piensan en que tú estés escondido allí.

 

A la salida de la escuela, no era mucho mejor. Te acostumbras a salir con sigilo, mirando a ambos lados de la calle para ver cual es la vía más solitaria para volver a casa. Cambias de itinerario algunos días con la confianza de que no te encontrarás con las personas que te importunan. Remoloneas en casa, no quieres salir puntual. Es mejor que te pongan una falta por impuntualidad al llegar al colegio, que la posibilidad de encontrarte por el camino, con aquellos a los que no quieres ver.

 

Ir al colegio, se convierte en un suplicio muchos días. Te apetece ponerte enfermo, vale más tener malestar en casa que sinvivir en el centro escolar. Vale más tener fiebre que padecer la angustia de sentirte rechazado, no bienvenido y agredido sin que nunca llegues a entender porque te pasa a ti. Nunca has hecho nada para merecerlo pero, ahí está.

 

No quiero extenderme mucho, no sé cuanto tiempo pasó pero un día terminó. Fue gracias a un docente que me encontró llorando en un pasillo. Me acababan de clavar, sin que mediara provocación ni aviso, un bolígrafo en la espalda. Aquel día, a pesar de mi terror a represalias si le decía quien había sido, le confesé quien había sido y fue a buscarlo. Ante mi, y preguntándome si lo había hecho él, le dio un tirón de orejas y le reprendió. No puedo evitar un sentimiento de disgusto al recordar que me alegré de que le hubiera reprendido con aquel tirón de orejas, al fin y al cabo, me estaba alegrando del dolor de alguien, aunque fuera un acosador.

 

Tras aquello, todo cesó salvo alguna amenaza velada por haber sido un chivato. Pero nunca volvió a perseguirme o agredirme y aquel suplicio acabó. A veces me pregunto que hubiera ocurrido si los docentes o los propios compañeros, hubieran actuado antes pero en aquella época este tema se veía algo normal, como las novatadas a los reclutas o la exclusión social de las personas con necesidades especiales. Y más siendo chico, tenías que ser duro y fuerte y no dejarte amilanar por nadie. Los chicos en mi época no tenían que llorar, aunque a mi me hayan aflorado las lágrimas, escribiendo este testimonio.

 

PARTE II

 

La verdad, esta parte la inicio al igual que la primera, sin recordar cuando produjo exactamente. No sé si porque la memoria falla o simplemente porque la mente difumina fechas que no le apetece recordar con claridad. El caso es que esta parte tiene un componente amable. Creo que fue a los 11 años cuando en el mismo centro escolar, nos encontramos un grupo de niños que estábamos en la misma situación. No se nos aceptaba por ser diferentes a los demás. Nunca sabré si fue un sentimiento de camaradería real el que nos unió en un principio o si simplemente, al reconocernos en la misma situación, formamos una piña que nos aislara del resto. El caso es que lo recuerdo como una amistad bonita. Compartíamos los mismos gustos, los mismos rechazos y nos hicimos inseparables tanto a la hora de las clases, como en los ratos de patio y al salir de clase.

 

Recuerdo que en aquella época, empezaban a llegar a Orihuela los primeros comics sobre superhéroes. Personajes que tras adquirir facultades especiales se dedicaban a combatir el mal, impartir justicia y proteger a los más débiles. Soñábamos con ellos, los dibujábamos y nos pasábamos las horas muertas comentando las últimas hazañas del cómic que habíamos adquirido. Los coleccionábamos como si se fueran a acabar al día siguiente. Creo que este gusto tenía dos componentes bien diferenciados.

 

- Ante la indiferencia del mundo que nos rodeaba sobre la situación que estábamos pasando, supongo que aquellos personajes que aún a riesgo de su vida protegían a los más débiles, eran para nosotros un referente y una esperanza de que alguien alguna vez, pusiera fin a los malos ratos que pasábamos.

 

- El segundo era más “real”. Estoy seguro de que todos soñábamos con que algún día, se produjera una situación que nos diera superpoderes a cada uno de nosotros y nos permitiera combatir a aquellos que provocaban daño gratuito sin razón aparente. Era pueril lo reconozco, pero para nosotros esas fantasías eran muy importantes. Si alguna vez nos ocurriera aquello que deseábamos, protegeríamos a la gente para que no pasara por las situaciones que nosotros habíamos vivido.

 

La verdad que este compadreo nacido de lo que podríamos llamar la “desgracia común” estoy seguro que nos salvó de muchas situaciones difíciles. Al fin y al cabo la persona que acosa a aquel que ve más débil que él, es cobarde. Sólo lo hace porque es superior en número o en tamaño pero, no se atreve a hacerlo con la misma virulencia si se enfrenta a varios a la vez, por muy inferiores que sean físicamente.

 

He perdido el contacto con todos ellos pero, no he perdido mis recuerdos. Fueron muchos ratos en los que disfrutar, reír y jugar a nuestro modo, que borraron muchos sinsabores de los vividos anteriormente en aquel patio.

 

PARTE III

 

Siempre he dicho que si, pudiera a veces borrar determinadas cosas de las que hice en mi vida, lo haría sin dudarlo. Lo que voy a relatar en este apartado, es precisamente una de ellas. Podría poner mil excusas a lo que hice. Podría decir que fue al llegar a un colegio nuevo y tener miedo a no ser aceptado. Podría incluso echarle la culpa a la persona objeto de este relato por ser de determinada manera pero, no serían más que eso : simples excusas a un comportamiento miserable.

 

Fue en Bachiller. Yo tenía quince años y acababan de cambiarme de colegio. Supongo que, no soy consciente plenamente de ello, pero puede ser que revolotearan en mi cabeza los fantasmas del pasado que significaban la no aceptación y el apartamiento por parte de los demás. Había un compañero de clase que por no ser físicamente agraciado y tener un comportamiento diferente a los demás, era objeto de burlas y rechazo por parte del resto de la clase. Yo también rechacé su compañía. Me convertí en uno de los que apartaban a aquel que era diferente en el patio del colegio. No se produjeron agresiones físicas pero, las burlas y el rechazo eran constantes. Me comporté de una manera miserable. Me olvidé de lo que yo había pasado en los primeros años de la EGB y, en lugar de acercarme para que encontrara consuelo como yo pude encontrarlo cuando se unió aquel grupo en la segunda etapa de primaria, permanecí al lado de los que ser burlaban. Fui un cobarde. Quizás pensé que, si le tocaba a él, no me tocaba a mi. Que el mundo era así como funcionaba; que tenías que estar en uno de los dos bandos y, el cómodo, era aquel refugiado en la masa de los “normales” para no sufrir etiquetas ni molestias o acosos. No soy capaz de expresar el desprecio que siento de mi mismo por la actitud que mantuve con aquel chaval. En aquel momento, evidentemente, yo no era consciente de lo que estaba haciendo pero, con el paso de los años, mi actitud hacia aquel compañero de clase, se ha convertido en una losa que me perseguirá como uno de los mayores errores que pude cometer hacia uno de mis congéneres. Recuerdo su nombre y apellidos y he intentado localizarlo para poder quedar con él y decirle “Me comporté como un ser despreciable y te pido perdón, aunque no pueda remediar lo que hice contigo”. Me encantaría hacerlo y por un momento ver en su cara una expresión de alivio de alguien que quiere intentar reparar el daño que le causamos simplemente por el hecho de ser diferente. No sé si algún día podré localizarlo de alguna manera pero, puedo asegurar que seguiré intentándolo para reparar el mal que le hice, en la medida en que pueda. Creo que también, por aliviar el peso que siento por lo que hice.

 

Este episodio de mi vida, es lo que me hace entender esas afirmaciones de que el maltratador, es hijo de padre que maltrataba a la madre. Y que la mujer maltratada, es hija de padre maltratador. Quizás tienen razón los que sostienen que en nuestra etapa de madurez, reproducimos todo aquello que vivimos durante nuestra niñez. Que se nos queda grabado en la memoria que así son las cosas, tal y como las vivimos y que así deben seguir viendo. Yo me comporté miserablemente como un acosador, por el hecho de que entendí de manera errónea que había que estar en el bando del acosador, para no ser acosado. Se me olvidó que cuando más feliz fui, es cuando hice piña con otros diferentes como yo.

  

  He vivido en talleres de Habilidades Sociales situaciones que al principio no entendía. Niños dentro de la condición del espectro del autismo en un nivel 1 que se burlaban y llegaban a acosar a compañeros del taller. Esto me descolocaba mucho, les hablaba del respeto por la diversidad y las personalidades, del sentido de grupo, de buenos valores... pero seguía sin llegar a ellos de manera efectiva. Un día les pregunté por sus recreos, si alguien hacía lo que ellos hacían: molestar, insultar, burlarse de un compañero. SI me contestaron y entonces lo vi claro. Eran tres niños dentro del espectro que eran victimas de acoso escolar y que reproducían lo que vivían cada recreo. El paso siguiente fue hablar con sus familias y colegios.

  Gracias G.J. por compartir tu experiencia y entramar con nosotros.


Gey Lagar